jueves, 12 de diciembre de 2013

LOS HIJOS DEL DIVORCIO. LA CARTA DE JUAN (SI TIENES HIJOS, NO TE LA PIERDAS)

Muchas veces los vi pelear. Muchas veces me despertaron con sus gritos, sus insultos, con esas palabras feas que se les exige no pronunciar a los niños. Muchas veces tuve que esperar durante largos días, hasta que ustedes finalmente volvieran a hablarse, y recién entonces, me liberaba de ese pesado trabajo de mensajero. “Juan, dile al inmaduro de tu padre que si quiere cenar, me deje más plata...”. “Juan, dile a la loca de tu madre que no soy un Banco...”. Nunca pude decirles cuánto sufría obligado a escuchar y transmitir frases tan hirientes, tan cargadas de ironía, de rencor. ¿Por qué me pedían eso precisamente a mí? A mí, que en esos momentos tan tristes me sentía tan débil, tan asustado, tan solo. Ustedes, eran mis padres y no podía desobedecerlos, pero al cumplirles me llenaba de culpa y de vergüenza. Yo, que deseaba más que nada en el mundo que dejaran de pelear, paradójicamente, terminaba reforzando la hostilidad entre ustedes con cada mensaje transmitido. ¿Cómo podían causarme tanto daño, si tanto me querían? ¿Como podían no tomarme en cuenta, si ustedes eran mis padres, y los padres están para cuidar, para proteger? ¿Es que acaso no veían mi angustia? o lo que es peor aun, ¿yo no les importaba?

...Muchas veces la misma escena repetida..., hasta que un día las cosas no terminaron como esas otras veces.  

Mientras ustedes peleaban sin siquiera percatarse de mi presencia, corrí a mi cuarto asustado, temblando y haciendo fuerza por dentro para que se callaran de una buena vez, para que dejaran de lastimarse y dejaran de lastimarme. Luego vino el silencio y de pronto escuché el portazo. Esa noche ya no regresaste a casa papá y yo dormí en tu lugar, en la cama grande, junto a mamá.

Al día siguiente mamá llorando me dijo; “ahora eres el hombre de la casa” y, aunque me moría de miedo intenté convertirme en tu mejor reemplazante: le daba de comer a nuestro perro, levantaba los platos después de cenar y apagaba las luces del patio antes de ir a dormir... Vos no estabas y alguien tenía que hacerlo. Mamá permanecía mucho tiempo en cama y yo sentía que debía cuidarla... En pocos días había cumplido varios años, todos de golpe.

Pasaron los días, las semanas y a pesar de todos mis esfuerzos todo seguía igual. Vos mamá, seguías tan furiosa que no veías mi dolor y vos papá, ni siquiera me llamabas.

Entonces, empecé a sentirme muy solo, a culparme sin encontrar qué más podría hacer para reparar, alguna terrible falta cometida y que nunca lograba definir: ¿seria por mi boletín? o quizás, ¿por mis berrinches a la hora de bañarme?... Hubiera hecho cualquier cosa para que me perdonaran y volvieran a ocuparse de mí, pero todo era en vano.

Era demasiado niño como para comprender que nada de lo que había pasado entre ustedes, tenía que ver conmigo. En esos momentos de incertidumbre y desazón, hubiera necesitado que alguien me explicara, me aclarara que no era por mi culpa. Necesitaba que ustedes me dijeran que me seguían queriendo mucho y que los dos me cuidarían siempre aunque ya no estuviesen juntos. Pero, estaban demasiado ocupados, en sus rencores, en sus frustraciones, en su eterna y destructiva pelea, como para fijarse en mí.

Te cuento papá que en casa no quedó ni una sola foto tuya y vos mamá no me dejabas ni nombrarlo.

¿Qué pasó con ustedes? Yo los amaba y los necesitaba a los dos. Es más, llegué a resignarme a que no viviéramos más todos juntos, pero no podía aceptar que ustedes se odiaran. No podía entender porqué, mamá, fruncías el ceño cuando yo mencionaba a papá. Si habían sido precisamente ustedes, quienes me había dicho tantas veces que los buenos hijos quieren y respetan a sus padres.

La incertidumbre y el dolor me siguieron acompañando, hasta que por fin aquel día llegó la noticia tan esperada. Fuiste vos mamá quien me lo dijo y al hacerlo me devolviste la esperanza. ¡El viernes por la mañana volvería a verte papá! Era tanta mi alegría, que no quise preguntar nada más. Estaría contigo y eso ya era suficiente.

Cómo podía imaginar que nuestro ansiado reencuentro seria en una horrible sala y rodeados de abogados, asistentes, psicólogos y jueces, haciendo preguntas sobre cosas tan mías, tan tuyas, tan nuestras. Nunca olvidaré toda la impotencia  y la desolación que sentí. Era demasiado pequeño como para comprender todo lo que allí se decía, pero demasiado grande como para no darme cuenta de la gravedad. Las cosas evidentemente no estaban nada bien.

¿Te acuerdas papá? Casi no pudimos despedirnos. Mamá me tomó muy fuerte de la mano y salimos como escapados, ella estaba molesta y yo seguí mirándote con desesperación mientras nos alejábamos. Me sentí culpable por no haber hecho nada, por no haberte defendido. ¿Me preguntaba qué habría sucedido para que mamá siguiera tan enojada? Llegué a pensar las cosas más espantosas y a sentirme cada vez más perdido, más aterrado.

Pocos días después, me viniste a buscar y fuimos a casa de la abuela. Así supe que vivías con ella y así continuaron las cosas por unas semanas. Mamá seguía cada vez más fastidiada cuando venías a buscarme; se quejaba de que no le dejabas dinero suficiente y de que por tu culpa estábamos sufriendo. Decía que eras un mal hombre y que si me hubieras querido de verdad, no te hubieras gastado todo el dinero en mujeres. Ustedes se habían separado, pero los gritos las ofensas, no cesaban, por el contrario, se repetían semana a semana cuando tocabas a la puerta, cuando hablaban por teléfono. Con esa lógica incuestionable de los niños, yo pensaba: ¿para qué se separaron?

Un día me encontré pensando que yo no debía ser una buena persona si te amaba ¿Cómo iba a hacer para dejar de quererte papá? o ¿cómo iba a hacer para seguir queriéndote, si al hacerlo hería a mamá, a la única persona que estaba en casa para cuidarme?

Al principio sentía que yo era un traidor, hasta pensé en suicidarme. Después, vino tu largo silencio, papá, y mi profundo enojo con vos mamá, porque no pudieras perdonarlo y me condenaras a su ausencia. Me sentía muy indefenso y confundido cuando me contabas aquellas cosas terribles de papá y a medida que se achicaba su imagen, yo también empequeñecía. Poco a poco dejamos de vernos.    

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¡Qué horror! Ya pasó tanto tiempo desde que todo eso ocurrió, ya casi no me acordaba y ahora las imágenes me asaltan una tras otra, sin que las pueda controlar.

Por entonces era un niño solo, y ahora soy un hombre sólo.

Nunca imaginé que todas estas escenas estaban tan vivas dentro de mí..., pero desde que Nancy me abandonó, mi cabeza parece un volcán en erupción.

Esta mañana temprano mientras yo dormía, la muy zorra juntó sus cosas, levantó a las niñas y sin decir ni una palabra se fue sigilosamente. La nota en la mesa de la cocina decía “...no te soporto más, me voy... estaremos en casa de mis padres, hasta que encuentre un lugar para vivir con las niñas”. ¡Al fin cumplió sus amenazas, ahora estarán todos contentos! Yo sabía que un día iba a pasar. ¡Tantos reproches! ¡Tantos cuestionamientos absurdos! Un día era porque estaba poco tiempo en casa, otro día porque no era comunicativo o porque no la besaba, o porque nunca jugaba con las chicas. Todos eran esplendidos, menos yo. Los otros siempre tenían la razón, y yo era el loquito que maltrataba, el loquito que siempre mal interpretaba todo. El negativo. ¿Y ahora, que al fin se sacó la careta, qué puede decir? ¿A quién le va a hacer creer, que lo que yo decía eran puros inventos míos?... Para ella, todo lo que yo hacía estaba mal, cualquiera era mejor que yo, y yo: ¡un fracasado! ¿Como se supone ahora, que debo interpretar su canallada? ¿Cuál de los dos es finalmente el que no sabe querer? ¿Quien estuvo mintiendo descaradamente todos estos años? ¿Quien se escapó como una rata? ¡Una rata traidora!

Pero la verdad es que nunca me quiso, ¡nunca fui suficiente para ella! Sus padres esperaban que se casara con alguien importante Yo sé bien que le llenaron la cabeza en mi contra. Ahora se libró de mí. ¡Pero ya se va a arrepentir! ¡Vamos a ver como se las arregla ahora!

Después de todo, Nancy es igual a todas las mujeres. Buscan al idiota que las saque de la casa, que trabaje para ellas y cuando ya lo lograron, te convierten en chatarra; te compran, te usan, te exprimen y te tiran.

Me siento tan desorientado como aquella otra vez,... no sé cómo voy a poder vivir sin Nancy y sin mis hijas. ¿Cómo pudiste papá vivir sin mí?
                                                                                                                                Juan

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Tal era el ánimo de Juan, cuando vino por primera vez a mi consultorio. Así pensaba y así sentía. Así significaba cada instante de su vida. El mundo entero, y en especial sus relaciones mas intimas, eran para Juan una verdadera amenaza. No podía confiar en nada, ni en nadie. Todos parecían estar en su contra. No podía asumir ni mínimamente, su parte de responsabilidad en el grave conflicto conyugal. Todas las culpas estaban puestas en su esposa, en los suegros, en el genero femenino, en cualquier lado, menos en sus propias conductas.

Juan estaba verdaderamente enceguecido. A pesar de los muchos intentos que la esposa había hecho por demostrarle cuanto lo amaba, Juan desconfiaba, distorsionaba, efectivamente mal interpretaba.

El no haberse sentido, verdaderamente amado, respetado y cuidado, mientras construía su identidad, su autoestima, hizo que creciera dentro de Juan un sentimiento tan profundo de desvalorización, que lo convirtieron en un hombre desconfiado, inseguro y resentido.

Cada demanda de su esposa, era interpretada por Juan, como una critica humillante. No podía dejar de sospechar segundas intenciones en cada intento de acercamiento, ni podía dejar de vivir como una fuerte amenaza de abandono, cualquier intento de saludable autonomía de su esposa.

Las profundas e irreversibles consecuencias de su triste infancia, lo condenaron a no sentirse nunca verdaderamente querible, y terminó generando lo que más temía: ser abandonado.

La historia de Juan es contada con el único propósito de concientizar a padres y profesionales sobre la necesidad de transformar esta dolorosa realidad. La finalidad de este trabajo monográfico no es acusar ni juzgar. El objetivo, siguiendo los lineamientos del curso, es totalmente preventivo. Considero que es a través de la información psico-educativa como podemos ayudar a los padres y a los profesionales que los asisten en el proceso de divorcio, a minimizar sus efectos en los hijos.

Lamentablemente dentro de todos los cambios sociales, debemos incluir los elevados porcentajes de matrimonios que terminan en divorcio. Actualmente, el divorcio esta considerado como una etapa posible dentro del ciclo de vida familiar. Si bien lo ideal es mantener la misma estructura familiar a lo largo de todo el desarrollo, lo que más perjudica a los hijos no es la separación en si, sino la forma en que sus padres transitan ese proceso.

En la mayoría de los casos, los esposos no son culpables de la insatisfacción que culmina con el divorcio. Nadie se casa para luego separarse. Todos desean ser felices y mantener esa estructura familiar. Pero las estadísticas nos muestran que cada vez es más difícil lograrlo. Los padres no son culpables de no poder darles esa continuidad familiar a sus hijos, pero si son absolutamente responsables de seguir protegiéndolos.  

Sabemos que la ruptura de una relación de pareja afecta profundamente a ambos cónyuges en su humor, en su estado anímico, en su autoestima y hasta en su identidad.

Sabemos también que el divorcio despierta pasiones tan intensas y negativas como la ira, el odio, los celos, los deseos de venganza. Pasiones que muchas veces hacen que los cónyuges pierdan de vista las necesidades básicas de sus hijos. Pero esas necesidades lamentablemente no pueden ser postergadas hasta que los padres resuelvan sus diferencias o hasta que el juez intervenga.

Los efectos del divorcio en los chicos pueden ir desde leves síntomas transitorios, hasta el suicidio. Todo depende de la manera en que cada familia maneje el proceso.

Sobre esto nos dice Dora Davison: “Es nuestra obligación ayudar a los padres a que ayuden a sus hijos, mediante conductas de buen trato, aun en medio del caos generado por la separación conyugal”

Una intervención adecuada no solo previene los posibles síntomas psicofísicos inmediatos, sino también las  futuras dificultades vinculares.  Al respecto, Judith Wallerstein señala: …”el impacto principal no sucede durante la niñez o la adolescencia. Mas bien emergen en la edad adulta, cuando las relaciones románticas serias ocupan el centro de la escena”...

Teniendo en cuenta nuestros objetivos, expondré dos tipos contrapuestos de divorcio: el viable y el destructivo.

-En el divorcio viable, los conflictos, desacuerdos y  consecuentes peleas solo están presentes en la primera fase del proceso, ya que después los ex cónyuges terminan por comprender y privilegiar las necesidades de sus hijos. Entienden que ellos los necesitan a ambos y que deben dejar de lado sus hostilidades para alcanzar los acuerdos que posibiliten la crianza conjunta de sus hijos. Se logra cuando los ex cónyuges aceptan que si bien tienen el derecho de separase como pareja marital, también tienen el deber de continuar juntos como pareja parental. En estos casos se observa el establecimiento de límites claros y menor involucración de familiares, amigos e intermediarios litigantes.

-Por el contrario, en el divorcio destructivo lo característico es la imposibilidad de alcanzar el cuidado de los hijos en forma conjunta. La separación emocional no se concreta, el paso del tiempo intensifica la hostilidad y los deseos de venganza, en vez de apaciguarlos, como ocurría en el divorcio viable. La sed de venganza se traduce en acciones tendientes a distanciar a los hijos del ex cónyuge sin reparar en el gravísimo daño que esto ocasiona a los niños. La hostilidad y denigración cronificadas, más la falta de conciencia de su responsabilidad en lo sucedido, los lleva a querer ganarle al otro ex cónyuge a cualquier precio, llegando a usar a sus propios hijos en la batalla conyugal. En el juego destructivo de ver quien es el mejor padre, se descalifican y desautorizan permanentemente, con lo cual terminan debilitando totalmente la autoridad parental, siendo este el origen de muchas conductas antisociales de los niños y adolescentes involucrados.

Como en toda guerra, se buscan aliados, y lamentablemente algunos padres terminan reclutando a los hijos en su propio bando a costa de desdibujar las fronteras intergeneracionales.

Tampoco se respetan las fronteras extra-familiares. Es muy común que terminen participando del eterno conflicto, abogados, jueces, asistentes sociales, psicólogos, y hasta la policía.

Para estas familias la vida se convierte en un verdadero infierno donde podemos encontrar todo tipo de conductas destructivas: agresiones verbales, físicas, el secuestro de un hijo y permanentes cambios unilaterales arbitrarios en los acuerdos establecidos.

Una de las manifestaciones más sutiles del divorcio destructivo, y de efectos más devastadores en el psiquismo de los hijos, es el síndrome de alienación parental (SAP). Se trata del proceso en el cual uno de los progenitores, en forma abierta o encubierta, habla o actúa de forma descalificante o denigrante acerca del otro progenitor. El objetivo es alejar o indisponer al hijo contra ese otro progenitor. El proceso logra que finalmente sea el mismo niño quien se niegue a mantener contacto con el progenitor enjuiciado y termina separándolo de su vida.

Ante tanta destrucción y amplia posibilidad de graves e irreversibles consecuencias para los hijos, es evidente la necesidad de contar con programas de prevención donde se ayude a los padres que se divorcian a construir y preservar la coparentalidad. En otros países ya se están implementando programas de prevención obligatoria que contemplan las necesidades de los hijos en cada etapa de su desarrollo.

Es precisamente, la coparentalidad la línea divisoria entre el divorcio viable y el destructivo, y consiste en el ejercicio conjunto de las funciones de crianza por parte de ambos padres.

Para implementar la coparentalidad no es necesario que los ex cónyuges sigan amándose, sino que se respeten mutuamente en el ejercicio de sus funciones parentales. Para que prevalezcan los mejores intereses del niño, debe abandonarse la idea de querer ser el padre ganador y poner a los hijos como foco de todos los esfuerzos conjuntos. Requiere saber escuchar, comunicar, respetar el punto de vista diferente del otro, ceder y negociar las diferencias. Requiere fundamentalmente conectarse y sacar fuerzas del inmenso amor que se puede sentir por los hijos.

A medida que vamos adquiriendo más experiencia sobre el tema, y tomamos mas conciencia del impacto que produce el divorcio en los niños y adolescentes, se hace más evidente la necesidad de contar con proyectos educativos de prevención para padres divorciados.

Los padres deben conocer las consecuencias y el impacto que tiene el divorcio en sus hijos según las edades, y comprender las necesidades propias de cada momento evolutivo. Solo así lograran ejercer la coparentalidad requerida para el sano desarrollo de sus hijos.

“Divorciarse quiere decir que los padres no van a vivir más juntos, pero que igualmente seguirán amando y cuidando a sus hijos”. 


Fuente: http://www.familias21online.com/index.php/component/content/article/42-monografias-destacadas/93-los-hijos-del-divorcio

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